NUEVA JUGADA DEL NUEVO ORDEN MUNDIAL

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REINICIAR

“Ayer me dieron la Extremaunción y hoy escribo esta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir…”.

La cita que hemos reproducido se encuentra al comienzo de la última obra de Cervantes, Los trabajos de Persiles y Sigismunda (“cisne de su buena vejez”, según la opinión del Maestro Joseph de Valdivieso), firmada en su lecho de muerte apenas unos días antes de su óbito y dedicada a su mecenas, el conde de Lemos, don Pedro Fernández de Castro.

Cervantes murió el 22 de abril, que no el 23, como así pretenden hacernos creer las hordas progres que pueblan el panorama cultureta de nuestra sociedad; los cuales, siguiendo unas consignas globalistas poco onerosas y “aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid” – léase, la cercanía de fechas-, hicieron coincidir la muerte de nuestro ilustre predecesor con la de otros literatos de renombre internacional con la finalidad  de “arrimar el ascua a la sardina” globalista.

Así las cosas, se decidió, desde 1988 y de manera discrecional, que fuera el día 23 de abril el día de la “re-muerte” de Cervantes, al objeto de hacerlo coincidir con otra muerte amañada, la  de “Chéspir”—que así se pronuncia una especie de abracadabra intitulado Shakespeare— y de ese modo conformar, junto con la muerte de otro grande, el Inca Garcilaso y toda una corte de escritores de segunda fila, el constructo mortuorio que dio pie a la UNESCO para sacar de su chistera este conejo disecado que es el Día Internacional del Libro.

Y no es que nos parezca mal que se celebre el libro por todo el mundo; todo lo contrario. Lo que denunciamos es el juego sucio que se esconde bajo esta iniciativa globalizadora que el gran público, entregado a la fiesta con entusiasmo, no llega a percibir. Porque la principal consecuencia que se extrae de todo ello es la paulatina anulación de lo representado por Cervantes, que ahora se subordina a intereses, en primer lugar, anglosajones; en cuanto al papel que la lengua inglesa asume dentro del Nuevo Orden Mundial como elemento aglutinante y, a su vez, instrumento de combate con el que anular y/o subyugar los diferentes nacionalismos históricos que conforman la vieja Europa, mientras se levanta un gigante con pies de barro de entre las ruinas de los pueblos que van siendo privados de su memoria.

Acomplejados de nuestro pasado cultural, todavía recuerdo aquel Cuarto Centenario de la muerte de don Miguel, allá por 2016, donde buena parte de una corte de reprimidos con birrete, barrigas agradecidas y maricomplejines de calzas anchas de buena parte de las universidades españolas, decidieron celebrar la efemérides haciendo compartir cartel a nuestro ínclito “espada” don Miguel con el susodicho Bardo de Avon. La intención es clara, y no hace falta lucir laureles de poeta ni ínfulas de hermeneuta para darse cuenta de la barriobajera traición perpetrada contra la memoria del mayor representante del alma de España.

“A río revuelto ganancia de pescadores”, que dice el refrán. Y en esas estamos. El libro como símbolo de nuestra cultura, Cervantes e, incluso, nuestra propia España, están en el punto de mira de esas mismas élites ponzoñosas que pretenden cambiarnos la tortilla de patatas por el puré de gusanos, la liebre de monte por la carne gatuna de laboratorio, la “pasta” en el bolsillo por el QR de la pantalla, la parroquia de barrio de la esquina por el ramadán de Mohamed, y, lo peor, nuestra propia lengua española por un pidgin globalista que, además, pasa por ser el idioma hablado por el principal enemigo de España en la época en que Cervantes encumbraba el español como lengua de cultura dentro de un “imperio donde nunca se ponía el sol” ¡Si don Miguel levantara la cabeza!

¿Cómo hemos permitido que nos roben en las barbas a nuestro más insigne representante de España y de lo español? ¿Por qué no celebramos como se merece, de manera individual y libre del influjo de otras culturas, a nuestro más grande representante no solo de las Letras hispánicas sino de toda nuestra cultura española? ¿A qué súbdito inglés, que se precie de serlo, se le ocurriría celebrar a su figura literaria más icónica con un menú a base de duelos y quebrantos?

¡Compren libros! Aprovechen para regalarlos a los familiares y seres queridos, pero no se olviden de que por cada uno de esos libros discurre nuestra memoria, el alma que nos distingue como pueblo y, a modo de soga de esparto que engavilla todo ello, el espíritu de un Hombre irrepetible: aquel héroe de Lepanto que un día sacrificó su vida por dejarnos consignado, desde aquel lugar de la Mancha y a grandes voces como el bárbaro Corsicurvo, el mayor adorno que ha de coronar nuestras sienes: ¡quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos!

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